viernes, 14 de agosto de 2015


EL VENTANAL DE AGATHO CAMUSSO 

El Signore Agatho Camusso era un hombre parco, huraño y orgulloso. Un hombre que había dejado de lado a su familia y a sus amigos, un hombre que despreciaba las reuniones sociales, las cuestiones religiosas, y las obras filantrópicas, que jamás eran tema de conversación; y a la única mujer que alguna vez lo amo, disfruto de sus placeres y la abandono como un fétido desecho.
Era un hombre dedicado al trabajo, que se había procurado con el paso de los años una cuantiosa fortuna, una vida llena de confort y de lujos, pero solitaria, que con el paso de los años se convirtió en un estilo de vida razonable.
Era el cumpleaños número sesenta y cinco del respetable Signore Agatho Camusso. Que lo pasaba solo, disfrutando a Michel Petrucciani en el piano, reposando sobre su cómodo sillón de Teca con cojines de espuma fina, forradas en tela de Cachemira, y con la mano derecha sosteniendo una copa arrebosante de vino tinto, su preferido.
Entonces, sonó el teléfono.  La máquina estaba posada sobre un fino velador de madera de Cerezo, de cuatro pequeños cajones, y este a su vez ubicada en el centro de un gran ventanal, un ventanal de Nogal, de color pardo amarillento, con gruesos largueros y cabios imponentes; de doce pasos de largo y el ancho comenzaba al ras del suelo y acababa en el cielo raso del lujoso salón, con vidrios de finos acabados por donde el sol entraba apuñaladas todas las mañanas, y cuando la oscuridad reinaba, era la luna la invitada a la casa Camusso.
El Signore se levantó, dio unos pasos hasta donde se encontraba el teléfono, alzo la bocina y dijo: Buenas tardes, casa del Sr. Camusso…
El interlocutor respondió: Muy Buenas tardes Signore Agatho, tenga usted un muy feliz cumpleaños.
El Signore Agatho Camusso dijo: Como? identifíquese, con quien hablo?
El interlocutor dijo: La última voz que oirás, mí querido Agatho.
El Signore Agatho Camusso se quedó perplejo y atónito por un momento.
Y el interlocutor continuo: El cañón de mi rifle está apuntando directamente a su cabeza, y va hacer exactamente usted lo que yo le diga, sino lo asesinare… Entendió.
El Signore Agatho Camusso aun con la respiración entrecortada trato inútilmente de divisar con sus ojos sobresaltados al francotirador entre los edificios que lo rodeaban, pero sin conseguir la menor señal de él. Sabía que su verdugo no jugaba, al juzgar por su voz serena, pensó - ha de ser un asesino profesional enviado por algún enemigo mío. Oh!!! Por Dios!!!
El interlocutor dijo: Hay un móvil en el primer cajón del velador contando de arriba hacia abajo, deje descolgado el teléfono para que pueda oírlo y haz las llamadas que a continuación te diré:
Uno: Llama a tu Madre y dile que no fuiste a la cena de Navidad porque te resulta insoportable su presencia, y repulsiva sus fingidas atenciones; Dos: Llama a la novia que abandonaste hace ya varios años, como el despreciable ser que eres, y dile que la amas hasta ahora, y que no has hecho otra cosa más que arrepentirte como un bastardo en todo este tiempo.
Y si te niegas hacer lo que te he encomendado, pegare un tiro sobre tu cien - dijo la voz.
Efectivamente, el Signore Agatho realizo todas las llamadas al pie de la letra, fuerte y al unísono, para que el interlocutor pudiera escucharlas, sin pensar en ningún momento en querer timar a su verdugo, porque sabía que cualquier error podría ser el último;  con excepción de la última llamada, puesto que nadie contesto dejo el encargo en el buzón, sintiendo que no cometía estafa, al saber que las instrucciones eran claras: llamar, decir todo cuanto se le había encomendado y listo.
Al terminar de hacer todas las llamadas, la voz dijo: Ahora abre el segundo cajón contando otra vez de arriba hacia abajo.
El Signore Agatho abrió el cajón y encontró un revolver- se quedó petrificado y se le hizo un tenaz nudo en la garganta. Era una Colt Python de nueve milímetros, el Signore era un vehemente aficionado a las armas, y sabía que ese revolver no era un juego.
La voz le dijo: Toma el revolver Agatho. Tiene una sola bala. Póntelo en la cien y cuenta conmigo hasta sesenta y cinco. Y aprieta el gatillo antes que yo lo haga por ti – dijo la sentenciosa voz.
Y comenzó a contar: Uno, dos, tres, cuatro… sesenta y cuatro, sesenta y cinco… Feliz Cumpleaños querido Agatho….
Y estallo un disparo. Y no fue el de su verdugo… Al parecer el Signore era un hombre más orgulloso de lo estimado, la idea de que un completo desconocido acabara con sus días, no le parecía la mejor. Y disparo. Pero al parecer su orgullo no iba de la mano con su valentía, pues como presintiendo los dedos de la muerte apoyándose sobre su hombro el Signore se movió bruscamente sobre su izquierda y la bala rozo sobre la yugular. Para desgracia del Signore, lo suficientemente necesario para desangrarlo. Cayó al piso bruscamente e intento detener la hemorragia con el pañuelo que llevaba en el bolsillo trasero de su pantalón. En vano luchaba por algo inevitable. La muerte ya había puesto su fúnebre crespón sobre él.
De pronto, dos jóvenes oficiales que rondaban por los alrededores irrumpen en la casa y embisten la puerta hasta tirarla. Penetran en el salón y se encuentran con la espantosa escena, el signore yace tendido en el suelo como un soldado abandonado en la batalla, bañado en sangre, empapando su finísima alfombra hindú con su sangre roja como el corazón de un rubí.
Con el paso de las horas entra en escena la Signora Georgette Holler, después de oír el mensaje en el buzón, va en busca de una respuesta después de oír el desconcertante mensaje, que se abre camino empujando a los peritos como una potra salvaje. Llora, suplica y gime después de ver al Signore Agatho inerte en el suelo, gritos amargos provienen de sus entrañas, se desagarra la piel, sus ojos color zafiro que eran belleza y encanto, ahora solo reflejan el dolor de su corazón. Es quizá la mujer que amo sobre todas las cosas y al pasar de los años al Signore Agatho Camusso…
Al regresar a su Casa después de aquel inadvertido martirio, la Signora encuentra a su hijo, si a su hijo, el hijo que tuvo con el Signore Agatho Camusso y que nunca se lo dijo por temor a que lo rechazara. Lo encuentra enterrando un viejo rifle en el patio trasero en medio de los sardineles, llorando lágrimas amargas con sabor a rencor y  rabia, pero dibujándose bajo ellas una temida sonrisa.
Al paso de los días la policía sentencia que se trata de un suicidio ordinario, al no encontrar pruebas que develen lo contrario, puesto que la puerta estaba cerrada por dentro, las ventanas ni las herraduras jamás fueron forzadas, las huellas del Signore estaban en el revólver, así que se descartó prueba atómica alguna; Era más que claro, se había cansado de su vida (aunque cómoda) miserable y solitaria, había llamado a su madre para repudiarla, y a la única mujer que por designios de la vida le entrego su corazón sin trastabillar, confesarle que jamás la había olvidado, y que de alguna forma se arrepentía del  miserable hombre que era. Y como la miseria va de la mano con la cobardía, se arrepintió al último momento en que el revólver lindaba con sus sesos y trato de sacar la mano que lo condenaba y disparo una cuarta más debajo de lo previsto.   

Aldo Aspajo

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