VIEJO AMOR
Nos adentramos agazapados, cual ladronzuelos,
sabíamos lo que hacíamos, no era en definitiva algo nuevo para ninguno de los
dos, pero dentro de nosotros ya escudriñaba la pasión descontrolada, el licor honro su cosecha y así lo atestiguaba
nuestro andar vacilante. Él metió la llave en la herradura y viro hacía la
derecha, yo pase presurosa, casi golpeándolo, y me tumbe en esa sucia cama de
motel, de los arrabales de la ciudad.
Él entró, rebusco entre el bolsillo
de su pantalón, y saco su siempre compañera cajetilla de pall mall, lo prendió y comenzó a fumar
con tanta destreza que parecía haber nacido con un cigarro en la boca. Y de
pronto, y sin darnos cuenta, nuestros cuerpos yacían descubiertos; me sumergí
entre los edredones, y él hizo lo propio, no esperé que él inicie, lo tome con
suavidad, y lo besé. Lo bese como la primera vez, lo bese como aquella noche de
otoño que me declaro su amor, y yo no le fui indiferente; nuestros cuerpos se conocían,
nuestras almas se reconocían, tanto o más que la boca de un fumador a la
colilla de un cigarro. Julio y yo fuimos novios durante tres años, nos amamos
con frenesí, sin mesuras ni censuras, con complicidad y camaradería, con pasión
y devoción, sin horarios ni itinerarios, así era nuestro amor, tan puro e
inocente como el alma de un recién llegado a este mundo. Fue el amor de mi vida.
Bebíamos ron por las noches, en la puerta de su vieja casa, fumábamos cigarrillos
por las frías calles de la ciudad, imaginábamos nuestro futuro juntos, tan
distante pero tan cerca de nuestros corazones.
Esa madrugada Julio me amo, amo
cada centímetro de mi cuerpo, cada ápice de mi humanidad, cada milímetro de mi
ser, acaricio cada hebra de mi cabello, beso todas las facciones de mi rostro,
guardando lo final para mis labios, sus labios recorrieron cada pómulo de mi cuerpo - tanto que lo sentí llegar a mi
alma – sus caricias eran limpias de toda malicia, sus manos reconocían mi
cuerpo, me estremecían cuando me recorría y a mi solo me alborotaban más, y más,
me hizo el amor como un saldado se lo hace a su esposa, al reconocerla en su
lecho después de años de sosiego. Julio me amaba.
Nos despertamos, mirándonos uno
al otro, recordando tantos años de júbilo y dicha, recordando años en una
mirada, buscando ese momento maldito que rompió todo, y me dijo con voz
quebrada: Raquel, aun te amo, aun te necesito, aun te busco entre mis pensamientos…
tengo que irme - le dije - tengo que partir, ya amaneció. Él se quedó
pensativo y turbado, pensando seguro explicaciones, explicaciones que no encontraría jamas de mi boca, me levanté de la cama, me
puse los panties, me puse el vestido (habíamos coincidido en un evento, aquella
noche) mientras él me miraba con deslumbre, obnubilado por mi desnudes, se quedo mirándome mientras me vestía y aún reposado sobre ese colchón dónde
incontables amantes se profesaron amor eterno, me dijo: existe alguien que impida amarte, acaso otro amante alimenta tu sed de pasión? Lo mire fijamente y sin
pestañar y le increpe un rotundo NO; le
dije que era muy tarde y que no había tiempo para hablar de sandeces, que después le marcaba al móvil, que iba retrasada. Salí del motel y Julio se quedó tumbado en la cama, seguramente fumándose otro pall mall, la última que sería testigo
de ese huérfano amor, tome un taxi, tome el celular, y por fin pude marcarle a Jesús, y decirle que
me había quedado dormida.
ALDO ASPAJO