EL VENTANAL DE AGATHO CAMUSSO
El Signore
Agatho Camusso era un hombre parco, huraño y orgulloso. Un hombre que había
dejado de lado a su familia y a sus amigos, un hombre que despreciaba las
reuniones sociales, las cuestiones religiosas, y las obras filantrópicas, que jamás
eran tema de conversación; y a la única mujer que alguna vez lo amo, disfruto
de sus placeres y la abandono como un fétido desecho.
Era
un hombre dedicado al trabajo, que se había procurado con el paso de los años
una cuantiosa fortuna, una vida llena de confort y de lujos, pero solitaria, que
con el paso de los años se convirtió en un estilo de vida razonable.
Era
el cumpleaños número sesenta y cinco del respetable Signore Agatho Camusso. Que
lo pasaba solo, disfrutando a Michel Petrucciani en el piano, reposando sobre
su cómodo sillón de Teca con cojines de espuma fina, forradas en tela de
Cachemira, y con la mano derecha sosteniendo una copa arrebosante de vino
tinto, su preferido.
Entonces,
sonó el teléfono. La máquina estaba posada
sobre un fino velador de madera de Cerezo, de cuatro pequeños cajones, y este a
su vez ubicada en el centro de un gran ventanal, un ventanal de Nogal, de color
pardo amarillento, con gruesos largueros y cabios imponentes; de doce pasos de
largo y el ancho comenzaba al ras del suelo y acababa en el cielo raso del lujoso
salón, con vidrios de finos acabados por donde el sol entraba apuñaladas todas
las mañanas, y cuando la oscuridad reinaba, era la luna la invitada a la casa
Camusso.
El Signore
se levantó, dio unos pasos hasta donde se encontraba el teléfono, alzo la
bocina y dijo: Buenas tardes, casa del Sr. Camusso…
El
interlocutor respondió: Muy Buenas tardes Signore Agatho, tenga usted un muy
feliz cumpleaños.
El Signore
Agatho Camusso dijo: Como? identifíquese, con quien hablo?
El
interlocutor dijo: La última voz que oirás, mí querido Agatho.
El Signore
Agatho Camusso se quedó perplejo y atónito por un momento.
Y el
interlocutor continuo: El cañón de mi rifle está apuntando directamente a su
cabeza, y va hacer exactamente usted lo que yo le diga, sino lo asesinare… Entendió.
El Signore
Agatho Camusso aun con la respiración entrecortada trato inútilmente de divisar
con sus ojos sobresaltados al francotirador entre los edificios que lo
rodeaban, pero sin conseguir la menor señal de él. Sabía que su verdugo no
jugaba, al juzgar por su voz serena, pensó - ha de ser un asesino profesional
enviado por algún enemigo mío. Oh!!! Por Dios!!!
El
interlocutor dijo: Hay un móvil en el primer cajón del velador contando de arriba
hacia abajo, deje descolgado el teléfono para que pueda oírlo y haz las
llamadas que a continuación te diré:
Uno:
Llama a tu Madre y dile que no fuiste a la cena de Navidad porque te resulta
insoportable su presencia, y repulsiva sus fingidas atenciones; Dos: Llama a la
novia que abandonaste hace ya varios años, como el despreciable ser que eres, y
dile que la amas hasta ahora, y que no has hecho otra cosa más que arrepentirte
como un bastardo en todo este tiempo.
Y si
te niegas hacer lo que te he encomendado, pegare un tiro sobre tu cien - dijo
la voz.
Efectivamente,
el Signore Agatho realizo todas las llamadas al pie de la letra, fuerte y al
unísono, para que el interlocutor pudiera escucharlas, sin pensar en ningún momento
en querer timar a su verdugo, porque sabía que cualquier error podría ser el
último; con excepción de la última
llamada, puesto que nadie contesto dejo el encargo en el buzón, sintiendo que
no cometía estafa, al saber que las instrucciones eran claras: llamar, decir
todo cuanto se le había encomendado y listo.
Al
terminar de hacer todas las llamadas, la voz dijo: Ahora abre el segundo cajón
contando otra vez de arriba hacia abajo.
El Signore Agatho abrió el cajón y encontró un revolver- se quedó petrificado y se
le hizo un tenaz nudo en la garganta. Era una Colt Python de nueve milímetros,
el Signore era un vehemente aficionado a las armas, y sabía que ese revolver no
era un juego.
La
voz le dijo: Toma el revolver Agatho. Tiene una sola bala. Póntelo en la cien y
cuenta conmigo hasta sesenta y cinco. Y aprieta el gatillo antes que yo lo haga
por ti – dijo la sentenciosa voz.
Y
comenzó a contar: Uno, dos, tres, cuatro… sesenta y cuatro, sesenta y cinco…
Feliz Cumpleaños querido Agatho….
Y
estallo un disparo. Y no fue el de su verdugo… Al parecer el Signore era un
hombre más orgulloso de lo estimado, la idea de que un completo desconocido
acabara con sus días, no le parecía la mejor. Y disparo. Pero al parecer su
orgullo no iba de la mano con su valentía, pues como presintiendo los dedos de
la muerte apoyándose sobre su hombro el Signore se movió bruscamente sobre su
izquierda y la bala rozo sobre la yugular. Para desgracia del Signore, lo
suficientemente necesario para desangrarlo. Cayó al piso bruscamente e intento
detener la hemorragia con el pañuelo que llevaba en el bolsillo trasero de su
pantalón. En vano luchaba por algo inevitable. La muerte ya había puesto su
fúnebre crespón sobre él.
De
pronto, dos jóvenes oficiales que rondaban por los alrededores irrumpen en la
casa y embisten la puerta hasta tirarla. Penetran en el salón y se encuentran
con la espantosa escena, el signore yace tendido en el suelo como un soldado
abandonado en la batalla, bañado en sangre, empapando su finísima alfombra hindú
con su sangre roja como el corazón de un rubí.
Con
el paso de las horas entra en escena la Signora Georgette Holler, después de
oír el mensaje en el buzón, va en busca de una respuesta después de oír el
desconcertante mensaje, que se abre camino empujando a los peritos como una
potra salvaje. Llora, suplica y gime después de ver al Signore Agatho inerte en
el suelo, gritos amargos provienen de sus entrañas, se desagarra la piel, sus
ojos color zafiro que eran belleza y encanto, ahora solo reflejan el dolor de
su corazón. Es quizá la mujer que amo sobre todas las cosas y al pasar de los
años al Signore Agatho Camusso…
Al
regresar a su Casa después de aquel inadvertido martirio, la Signora encuentra
a su hijo, si a su hijo, el hijo que tuvo con el Signore Agatho Camusso y que
nunca se lo dijo por temor a que lo rechazara. Lo encuentra enterrando un viejo
rifle en el patio trasero en medio de los sardineles, llorando lágrimas amargas
con sabor a rencor y rabia, pero dibujándose
bajo ellas una temida sonrisa.
Al
paso de los días la policía sentencia que se trata de un suicidio ordinario, al
no encontrar pruebas que develen lo contrario, puesto que la puerta estaba
cerrada por dentro, las ventanas ni las herraduras jamás fueron forzadas, las
huellas del Signore estaban en el revólver, así que se descartó prueba atómica
alguna; Era más que claro, se había cansado de su vida (aunque cómoda)
miserable y solitaria, había llamado a su madre para repudiarla, y a la única
mujer que por designios de la vida le entrego su corazón sin trastabillar, confesarle
que jamás la había olvidado, y que de alguna forma se arrepentía del miserable hombre que era. Y
como la miseria va de la mano con la cobardía, se arrepintió al último momento
en que el revólver lindaba con sus sesos y trato de sacar la mano que lo
condenaba y disparo una cuarta más debajo de lo previsto.
Aldo Aspajo